"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos" | SURda |
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20-02-2013 |
Uruguay
Bajo el síndrome de Estocolmo
Julio A. Louis
El siguiente artículo fue enviado a la República (post-dirección de Fassano) el 22 de octubre. El 7 de diciembre en entrevista con el Sr. Carabajales y en vista de las dificultades habidas y por haber que el artículo había provocado, considerando que había pasado la fecha propicia para el comentario lo retiré. Con posterioridad, en otros artículos la situación se ha repetido. Lo envío ahora, porque reactualiza un comentario ante los hechos conocidos. A todos, fraternalmente, Julio A. Louis
Henry Engler –rehén de la dictadura de la “Doctrina de la Seguridad Nacional” y científico destacado residente en Suecia- ha fundamentado que en el cerebro hay una lucha de polos opuestos, uno que pugna por el egoísmo, por preservar la vida y los bienes y otro solidario, dispuesto a arriesgar la vida y lo que sea. Aunque no estamos en condiciones de fundamentarlo científicamente, los sometidos a la tortura y a años de humillaciones por los sicarios del imperialismo, algo sabemos de esa lucha de contrarios. Entre los detenidos y torturados hubo tres actitudes, la de dos pequeños extremos y uno amplio espectro intermedio. En un extremo, hubo casos excepcionales de entereza y valor, que asombraron a los victimarios, como los del recordado Arturo Dubra quien los desafió: “te juego una grapa a que no me sacás nada” y… se la llevaron. En otro, aquellos que antes que los tocaran, habían “cantado” hasta a la abuelita. Y la inmensa mayoría, a los que nos sacaron más de lo que queríamos y menos de lo que querían. Aún después de soportar la tortura física y síquica aguda, vino la no menos traumática de largos años de dura reclusión.
El tema es delicado de abordar porque es difícil de apreciar para quienes no tuvieron esas vivencias y desagradable de pensar y exponer para quienes las padecimos. Desde luego, todos pagamos un precio alto en grados diversos: los que se suicidaron durante o después del terrorismo de Estado, los que se evaden de todo y han abandonado la lucha, los que anegan su trauma en diazepanes o alcohol, los que se han convertido en golpeadores, los que sufren pesadillas nocturnas infinitas. De todas las variables posibles, una extraña estudiada en siquiatría, se llama el síndrome de Estocolmo. Se trata de una reacción síquica en la cual la víctima del secuestro o retenida contra su voluntad, desarrolla una relación de complicidad con sus secuestradores y victimarios. En ocasiones, dichas personas pueden acabar ayudando a sus captores a alcanzar sus fines o a evadir a la policía o a la justicia. La denominación proviene de lo sucedido en un atraco a un banco en dicha ciudad en 1973, en la que una de las cautivas se resistió al rescate y a testificar contra sus captores. El síndrome puede resultar nefasto si quienes lo padecen tienen influencia política y quedan sometidos mentalmente a sus otrora victimarios.
Es difícil la relación de un gobierno progresista y el poder militar. Porque éste está estructurado jerárquicamente, recibe apoyo y es influido por sus viejos mandantes, los titiriteros de la Doctrina de la Seguridad Nacional, que con variantes, continúa aplicando el imperialismo en el mundo. Los imperialistas han definido en los documentos de Santa Fe pasar al costado de los gobiernos y entablar una diplomacia militar directa con las Fuerzas Armadas, que no han renegado de dicha Doctrina. La cúpula castrense ha intentado instalar una base militar de avanzada estadounidense en Durazno y esa y otras disposiciones han sido desarticuladas por el gobierno, pese a que –nos remitimos a Marcos Rey “Las dos caras de la defensa”, Brecha, 12 de octubre- hay tensión “en la interna ministerial entre la impronta del `dejar hacer, dejar pasar' del ministro y la del Partido Socialista (PS) que, a través del subsecretario Jorge Menéndez, buscaría potenciar –según confiaron a Brecha fuentes del gobierno- el mando político y civil ante la `vorágine' de iniciativas militares. Esa misma línea política es la que pretende avanzar en la aplicación de la ley marco de defensa o evitar dañar a la UNASUR, donde no se ven con buenos ojos los ejercicios militares liderados por Estados Unidos.”
Por todo eso es compartible y valiente la denuncia fundamentada de la Senadora Constanza Moreira en su artículo “¿Seremos capaces de discutir abiertamente?”, “El peso de las Fuerzas Armadas en el Estado uruguayo” también de “Brecha” de ese día.
Merecen el mayor apoyo los gobernantes que aplican su alícuota de poder frente al poder militar. En cambio, es preciso discrepar con actitudes negativas. Si el Ministro de Defensa tiene la capacidad de asombrar por su osadía (por momentos ordinaria) y de putear a diestra y siniestra, de faltarle el respeto al Dr. Lacalle (líder de la oposición) o a Monseñor Cotugno (máxima autoridad de la Iglesia Católica), tiene también la capacidad de asombrar por su sumisión a los militares, la que puso en evidencia impidiendo sacar fotografías en un edificio de las Fuerzas Armadas, contra lo ordenado por la jueza Motta. Si ello es gravísimo, no lo es menos que el Presidente lo tolera, y ha realizado actos semejantes, tales como visitar a un militar homicida en su cárcel lujosa o solicitar la excarcelación para los victimarios del terrorismo del Estado al cumplir 70 años. No está demás recordarles al Presidente y al Ministro de Defensa, que para nombrar o aceptar cargos tan delicados, frente al país y la ciudadanía, no sólo no deben padecer del síndrome de Estocolmo sino tampoco parecer ser sus víctimas.